Son los servicios… ¿Lo sabe Trump o se hace el estúpido?
En Estados Unidos hay más y mejores empleos, salvo en un nicho de población muy determinado: las áreas rurales donde los hombres blancos sin estudios tenían lo que se llama buenos trabajos
Este artículo corresponde a una entrega del boletín ‘Inteligencia económica’, que elabora semanalmente la periodista Belén Carreño. La ‘newsletter’ es exclusiva para suscriptores premium, aunque el resto de suscriptores también pueden probarla durante un mes. Si quieres apuntarte para recibirla en tu buzón puedes hacerlo aquí.
Querido lector, quer...
Este artículo corresponde a una entrega del boletín ‘Inteligencia económica’, que elabora semanalmente la periodista Belén Carreño. La ‘newsletter’ es exclusiva para suscriptores premium, aunque el resto de suscriptores también pueden probarla durante un mes. Si quieres apuntarte para recibirla en tu buzón puedes hacerlo aquí.
Querido lector, querida lectora,
Esta semana me propuse utilizar una IA para escribir este boletín y experimentar esa anunciada mejora de mi productividad. En la segunda interacción, ChatGPT se inventó una fuente y una cita, incapaz de darme una solución realista a cómo crear empleos que compensen la calidad y cantidad de los puestos perdidos en la industria. (Sospecho que algo así le pasó a Trump cuando hizo la búsqueda en Google). La tarea no es fácil, según las inteligencias humanas consultadas. La industria moderna cada vez consume más capital con menos empleo. Las pérdidas son inevitables, así que parte de la solución pasa por una buena red de protección social, servicios de más calidad y recualificación. En la agenda conservadora esta receta no aparece, así que se ha optado por una cortina de humo con la nostalgia de un pasado que solo fue mejor para unas minorías normativizadas.
Qué hay detrás
Estados Unidos es un país cada vez más rico y con menos peso en el empleo de la industria manufacturera. Al mismo tiempo, su industria gana productividad de forma acelerada frente a la europea. ¿Cómo es posible? La productividad mejora cuando se hace más con menos, y la industria estadounidense lo ha logrado mediante la robotización. (Sin olvidar la ventaja de la energía abundante y barata de la que disponen). Desde 1990, Estados Unidos ha perdido cinco millones de trabajos manufactureros, pero ha ganado casi 12 millones en puestos en el sector de servicios, además de 3,3 millones en transporte y logística, según el Financial Times.
El liderazgo tecnológico y en servicios de EE UU es indiscutible y se refleja en la balanza exportadora que tiene un superávit gigantesco cuando no se mira la compra de bienes. ¿Sabe esto Trump? No hay duda, y hay voces bien posicionadas que aseguran que su deseo de volver a abrir factorías tiene más que ver con preparar la capacidad industrial de EE UU ante una guerra real –no comercial– contra China, que en una preocupación por los empleos. También en que la recaudación vía aranceles le permitirá bajar otros impuestos a los que es más sensible el ciudadano “medio”.
En el país hay más y mejores empleos salvo en un nicho de población muy determinado: las áreas rurales donde los hombres blancos sin estudios tenían lo que se llama buenos trabajos (salarios decentes y estables en entornos poco penosos). Estos perdedores no han encontrado empleos equivalentes ni en tecnología –donde se requiere formación– ni en el bum de los llamados servicios a la riqueza -instructores de yoga o paseadores de perros- que se concentra en las grandes ciudades.
La fragilidad de la red de protección social del país ha sumido a estos colectivos en la desesperación, mientras otras clases sociales están cada vez mejor. Es la “VIPfication” de EE UU, me dice un yanqui afincado en España hace décadas. O el “fastraquismo”. Las clases sociales ya se detectan en la cola del McDonald’s.
Qué va a pasar
¿Cómo aplacar entonces el descontento? La idea de recuperar aquellos buenos empleos sedujo también a Joe Biden que optó por la vía de las ayudas. Lanzó el programa IRA con subvenciones para la energía limpia que apenas creó 170.000 empleos, en un mercado de 167 millones de trabajadores, lo que supone un 0,1% de la fuerza laboral. Cada nuevo puesto de trabajo creado costó al menos dos millones de dólares. El think tank Bruegel asume en estos cálculos que los objetivos verdes o estratégicos del programa podrían ser válidos, pero llama al realismo en cuanto a su impacto en el empleo.
Planes similares en Europa dan resultados igual de discretos. La apertura de una planta de Intel en Alemania se subvencionó con 10.000 millones de euros para crear 3.000 empleos. Una planta de baterías de VW en Canadá se llevó 9.000 millones de euros, con una creación de empleo similar. En ambos casos, cada nuevo puesto de trabajo tuvo un apoyo de tres millones de euros del erario público.
Trump ha optado por cargar la repatriación del empleo al sector privado. Apple debería gastar 30.000 millones de dólares para que solo una décima parte de su cadena de valor volviera a EE UU. Y la pregunta es. ¿Para qué? En unos años, los trabajadores que montan esas piezas diminutas podrían ser sustituidos.
El economista Raymond Torres alerta del error de caer en el “fetichismo de las manufacturas” y pone como ejemplo a Países Bajos, un mercado con relativamente poca industria manufacturera que ha logrado mediante la tecnología conseguir una alta tasa de productividad y generación de riqueza.
Pero hasta que se consigue que otros sectores produzcan empleos de calidad, los trabajadores necesitan una red de protección social que les permita hacer la transición, un elemento clave en la UE y desatendido al otro lado del océano. Recursos con una renta básica o mínima, que estuvieron en el centro del debate antes de la pandemia, pueden ser opciones en algunos colectivos con difícil salida. También es necesaria una fuerte inversión pública en capacitación y según Daron Acemoglu, reconocido como uno de los mejores economistas actuales, un fuerte rol de los sindicatos, que empujen por mejores salarios y mejores condiciones de trabajo.
Quién gana
La pregunta es en realidad cómo ganar. Unai Sordo, líder del primer sindicato del país, CC OO, apuesta por reforzar los servicios públicos, muy intensivos en mano de obra, desde la educación, la sanidad o los cuidados. “La riqueza de una nación no se puede desarrollar sin los servicios a las personas”, dice Sordo, que también defiende el regreso de una parte de la industria manufacturera. No se trata solo de invertir más en los servicios, también de hacerlo mejor en estos sectores donde las personas son centrales. ¿Por qué no ayuda la Inteligencia Artificial a lograr estas mejoras? Acemoglu dice que está entrenada para construir sobre el paradigma preexistente: lograr más automatización. Las empresas que las utilizan lo hacen bajo criterios de eficiencia, como bajar precios o ganar rapidez, no en la búsqueda de ese bien común de generar buenos empleos. La IA también puede ayudar a mejores diagnósticos a los pacientes o a que se reduzca la siniestralidad en el trabajo. Las políticas públicas deben orientar la aplicación de la IA en este sentido.
Quién pierde
Con menos migrantes y más empleos en manufacturas, en el escenario que dibuja el trumpismo se tendrían que drenar recursos de los servicios o la investigación para atender otras tareas, con la consiguiente traslación de altos salarios a puestos de poca cualificación. El resultado son costes más altos y una economía menos compleja, y por lo tanto, menos innovadora. A la larga, más pobre.
Los países que han usado su fuerza laboral para producir manufacturas baratas exportables, han descuidado sus servicios y no han logrado construir economías integradas. Un ejemplo es la propia China, que pese a ser una superpotencia mundial solo consigue exportar un 6% de los servicios globales, mientras ve como la mano de obra ocupada en manufacturas se va reduciendo.
El economista Dani Rodrik, experto en comercio y globalización, contrapone los casos de Etiopía y México en este ensayo en el New York Times. El país africano perdió la ola exportadora por su falta de conectividad y se centró en desarrollar una economía integrada que crece de forma sostenida en la última década. México se volcó en la producción de bienes para EE UU, con una pobre integración en su mercado local, lo que se ha traducido en ganancias para unos pocos. Rodrik sostiene que el modelo exportador ya está agotado y apuesta por desarrollar los servicios públicos locales.
Los países emergentes que optaron por los servicios han diversificado su economía y han creado empleos mejor pagados. Es el caso de Filipinas o de India, donde el 75% de los nuevos puestos de trabajo creados en los últimos cinco años lo han hecho en el sector servicios.
El dato
El 80% de los ciudadanos de EE UU cree que al país le iría mejor con más industria manufacturera. Pero solo el 25% cree que estaría mejor si cambiara su trabajo actual por uno en manufacturas. (Fuente: Cato Institute)
El concepto: ‘capital deepening’
La productividad en Estados Unidos crece a un ritmo apabullante mientras que la europea está estancada. Algunos economistas creen que la brecha se explica por el capital deepening, el incremento en la cantidad de capital –recursos– que se emplea por hora trabajada. En EEUU, los recursos han aumentado con fuerza, probablemente por la mejor aplicación de las tecnologías o incluso de la Inteligencia Artificial. Cuando se da esta intensificación en el uso del capital, el trabajador tiene más herramientas y recursos, lo que dispara su productividad.
La frase
“El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que procuraba reducir los “costes humanos” [...] Se pretende que la libertad de mercado sea suficiente para que todo esté asegurado. El mercado solo no resuelve todo. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica”. No es Acemoglu, ni Rodrik. Es el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, del 3 de octubre de 2020.
Ánimo con la semana, ya queda menos para el próximo puente que muchos ven como una amenaza a la productividad.
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